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Los flujos migratorios son palpables desde que a partir del s. XIX el coste de moverse y trasladarse de un país al otro disminuyó gracias a los avances tecnológicos y la industrialización. Des de principios del siglo XIX, por lo tanto, se han producido movimientos migratorios en distintas etapas, teniendo en cuenta los factores económicos, históricos o del desarrollo industrial.
Los primeros movimientos y los más importantes tuvieron lugar, como hemos mencionado, a partir del siglo XIX, cuando se empezaron a producir migraciones masivas, de las que llegaron a ser protagonistas hasta sesenta millones de europeos, que tuvieron como destino el continente americano. Pero, ¿de qué tipo de ciudadano europeo estamos hablando? ¿Por qué decidían poner pie al Nuevo Mundo?
Es de importancia destacar que el perfil del emigrante fue modelándose des de principios hasta finales del siglo XIX, pues las necesidades fueron adoptando formas diferentes. En un principio, se trataba de personas dedicadas a la agricultura y a la artesanía, que vieron en América la oportunidad de establecerse y tener mejores condiciones de vida que en su país natal, por lo que decidían establecerse de forma permanente en el país que les acogía. En cambio, a finales del mismo siglo, el perfil de emigrante era el de varón –en su mayoría- joven, de entre 15 y 40 años, que huía de la pobreza y cuyas profesiones distendían de la agricultura. Les resultaba más fácil la movilidad puesto que en general no tenían familia, por lo que los gastos eran personales, y, además, tenían asegurado un puesto de trabajo ya que las tasas de participación en el mercado laboral eran muy altas.
Es un tanto paradójico comprobar que, en las décadas siguientes a 1846, las migraciones aumentaban en 300.000 personas anualmente, por lo que producía unas consecuencias demográficas importantísimas. Utilizamos el concepto de paradójico puesto que cada vez eran más las personas que decidían emigrar, pese a que la situación de sus países natales era cada vez mejor en términos económicos. Si aumentaban los inmigrantes, aumentaban también las remesas que estos enviaban a sus países de origen, los salarios de los cuales aumentaban también gracias al impulso económico proporcionado por sus compatriotas. La razón está en lo que en economía se denomina persistencia o trayectoria dependiente. Podemos hablar que a lo largo del siglo XIX hubo dos períodos migratorios importantes, el primero, durante la primera mitad del siglo, y el segundo, durante la segunda mitad. Una vez establecidos los emigrantes del primer período, estos acogían a sus familiares (emigrantes del segundo periodo) en sus casas y les proporcionaban el alojamiento y comida hasta que encontraban trabajo, por lo que de alguna manera les financiaban el coste que les suponía dejar su tierra y establecerse en otra. Por lo tanto, concluimos que si los flujos migratorios no cesaban, ello se debía a que la emigración pasada estimulaba a la actual.
En cuanto a los destinos intercontinentales no deja de ser curioso fijarse de qué manera cambian los países de entrada y salida. Nos referimos al hecho de que a lo largo del siglo XIX, los movimientos se producían de Europa hacia el Nuevo Mundo, es decir, hacia América, aunque gran parte de gente acabó en tierras suramericanas, puesto que los recursos naturales eran muchos y la mano de obra allí residente era más bien escasa. Mientras que si, tenemos en cuenta estos destinos con los que tuvieron lugar durante finales del siglo XX y principios del XXI, nos damos cuenta que se produjo el efecto contrario.
Inversamente a lo ocurrido en cuanto a los destinos intercontinentales, sucede que, en lo que se refiere a los destinos entre los mismos países europeos, estos se mantienen, lo cual resulta un tanto paradójico, si bien tenemos en cuenta que en el siglo XIX los europeos de países mediterráneos emigraban hacia los países del norte, como Alemania, y que, hoy en día, esto siga sucediendo.
Hace pocas semanas apareció un artículo en El País titulado “Atrapados en el Norte” (11-02-2012); en éste aparecen diferentes testimonios de emigrantes españoles que deciden dejar todo lo que tienen en España y salir a buscar trabajo a uno de los países más valorados por su Estado de Bienestar del continente europeo, Noruega –recordemos que el país no forma parte de la Unión Europea aunque firmó el llamado Acuerdo de Schengen, que da libertad de entrada a los ciudadanos de la Unión Europea.
Antes de comenzar con la reflexión, cabe destacar que en Noruega el salario medio es de unos 3.800 euros al mes, 20.000 coronas noruegas. Además, la tasa de paro es casi inexistente (3%). Cuando llegas a Noruega tienes 6 meses para encontrar un trabajo y únicamente puedes permanecer en el país si no has encontrado trabajo después de esos seis meses pero tienes dinero suficiente para mantenerte (unos 2.200 euros al mes). Si no lo tienes, pasas a ser ilegal.
Ahora bien, el artículo no es lo que parece: si esperan leer cuentos de hadas en los que españoles que llegan sin nada, se hacen con un trabajo de 3000 euros al mes, están equivocados. Estos españoles salen de España con baja cualificación, sin hablar noruego y, lo más importante, (ya que este último factor les permitiría conseguir un trabajo en el sector turístico); vienen sin hablar inglés. Tal y como se especifica en El País, “han empezado a llegar los desesperados. Gente de entre 30 y 55 años que necesita un trabajo de verdad”. Lo que no ven, o no quieren ver nuestros emigrantes, es que el frío polar, los precios desorbitados del país y el idioma son barreras difíciles de traspasar si llegas de la nada.
A todo esto es importante reflexionar. Estamos en un momento crítico en nuestro país y las consecuencias han comenzado a notarse. Existen programas de televisión como “Españoles en el mundo” que muestran la cara bonita de vivir en cualquier parte del mundo, sea la que sea. Esto ha propiciado que muchos españoles, en estado de desesperación, hayan decidido huir a los lugares que más seguridad económica pueden ofrecer en un primer momento. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce; los españoles, si además tienen baja cualificación, es difícil que hablen el inglés. Y son precisamente estas personas las que, ahora más que nunca, necesitan un sueldo mínimo para poder salir adelante. Con todo esto, podemos hacer un paralelismo con lo que hemos comentado sobre el tipo de emigración que realizan los españoles, que difícilmente es hacia el norte. La barrera del idioma y de la cultura, además de la cualificación, hacen que las tendencias más óptimas para una mayoría sean dejar de lado al norte. Estamos en épocas totalmente diferentes, pero parece que hay factores que se siguen conservando.