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A los catorce años, y más tarde, no sabía lo que significaba la palabra idiosincrasia. No mintáis, vosotros tampoco. Era una palabra que de vez en cuando aparecía en los libros que me hacían leer o que algún profesor en algún momento dejaba ir, con ciertas pretensiones de grandeza, que todo hay que decirlo. En una de estas, un día me dio a mí por unirme al club de los idiosincráticos en clase de historia con una frase terriblemente ambigua. No recuerdo qué es lo que dije exactamente, pero poco importa. El caso es que la profesora, a la que no supe juzgar bien antes de intervenir en clase y que, todo indica, había estado teniendo un mal día, optó por dejarme en evidencia. “¿Pero acaso tú sabes lo que significa idiosincrasia?”
De alguna manera y salvando las distancias que la superación de la adolescencia supone, lo mismo sucede con el concepto de globalización. Sí, hasta cierto punto, todos sabemos que se trata de un proceso de interconexión entre los diferentes países del mundo que, siempre nos dicen, está sucediendo de forma frenética y, hasta cierto punto, inevitable. Puedes ir a Ikea, todo el mundo conoce a Messi, nos encanta ir al japonés a por sushi y tener un Mac o un PC define por completo la imagen que das al mundo. En el discurso habitual, sin más, entran aquí las diferentes valoraciones que se hacen de la globalización.
La globalización es genial porque traerá las bondades del mercado a todos los países del mundo. A la larga, todos seremos ricos y viviremos en países democráticos. Ah! Y también seremos felices.
¿Pero qué dices? La globalización es el plan secreto que los grandes estados y Wall Street están llevando a cabo para que el capital y los recursos todavía se concentren más, mientras que la clase trabajadora se ve aislada y, por tanto, ve todavía más difícil ver realizadas sus reivindicaciones. Debemos romper este ciclo pernicioso y comprar productos locales.
Nos perdemos, pues, en el debate It rocks/It sucks sin que nos hayamos tomado la molestia de saber de qué estamos hablando realmente. No propondremos en esta entrada una definición exhaustiva del concepto –molamos, pero no tanto, al fin y al cabo algo aprendí de mi clase de historia a los catorce años-, pero sí ofreceremos un brevísimo resumen de las diferentes visiones que identifica Held, así como conceptos similares con los que tiende a confundirse la globalización. Finalmente, nos interesaremos por aquello que tiene que decir el propio Held acerca de la globalización y el rol de la socialdemocracia en ella.
Q&A
Primero. ¿Es la globalización algo nuevo?
Depende de a quién le preguntes. Un hiperglobalista (HG) te dirá que está claro que sí, que la economía ya no es estatal sino global. Un transformalista (T) estará de acuerdo, si bien matizará que los cambios económicos sólo son el primer paso, dado que están teniendo un impacto en la sociedad y en la política. Los escépticos (E), con parte de razón, te dirán que la historia nos ha brindado otros períodos donde el intercambio comercial y humano ha sido, si cabe, todavía más intenso, como el final del siglo XIX.
Vale, vale, ¿pero quién lleva el cotarro?
Puede ser una consecuencia natural del desarrollo tecnológico y del capitalismo (HG), aunque también hay quien argumenta que todo está siendo dirigido por los estados y “los mercados” (E). Finalmente, dado que el proceso no tiene una destinación clara, tampoco su causa puede ser identificada fácilmente. Se trata de “las fuerzas de la modernidad” (T).
¿Y a dónde nos llevará todo esto?
Pues tú eliges la que te dé más rabia. O bien seremos una sociedad global donde el estado-nación desaparezca (HG), o bien puede que el proceso no acabe siendo para tanto, puesto que depende de la voluntad de los estados y es improbable que éstos estén dispuestos a perder el poder que ostentan (E). Si no te acabas de decidir, puedes unirte a los otros, que no se atreven a predecir adónde nos llevará todo esto, aunque si pronostican un cambio en el poder del estado y en la política internacional (T).
Volviendo al principio y para que yo me aclare, ¿la globalización es un proceso que nos llevará a ser interdependientes?
No exactamente. La interdependencia asume unas “relaciones de poder simétricas” que no observamos en el mundo.
¿Entonces nos estamos integrando?
Tampoco. Por mucho que los estados estén ahora conectados, no hemos decidido fusionar nuestras instituciones económicas y políticas de una forma seria todavía y, por el momento, aquello de ser “ciudadano del mundo” parece más una mala descripción de Twitter que una noción jurídica.
Vale, pero sí se trata de un proceso de universalización, ¿no? Estamos convergiendo todos…
Que el proceso se dé en todo el mundo, que se global, no implica necesariamente que todos los “pueblos y comunidades” lo sientan al mismo tiempo y de la misma manera, así que clasificarlo de universal es un poco atrevido. Por otro lado, el hecho de que estemos conectados no tiene por que llevar nuestras culturas o ideas a converger. Claro que puede aparecer colaboración y amistad entre diferentes países, pero la globalización también ha dado muestras de un conflicto que puede crecer en el futuro, cosa que ha llevado a autores como Huntington a hablar de un auténtico “choque de civilizaciones”.
Dicho todo esto, ¿qué cabe hacer para evitar que los riesgos que la globalización comporta se materialicen? ¿Qué rol deben asumir los estados en este nuevo orden, si es que les toca jugar algún papel?
David Held relaciona los conceptos de globalización y socialdemocracia global. Aun reconociendo su distinta naturaleza, el autor argumenta que su compatibilidad no debería ser despreciada.
El autor nos presenta su idea de una manera resumida mediante un ensayo en la revista Foreign Policy titulado: Efectos de la globalización, hacia un pacto global: “Ni el neoliberalismo que pretende exportar las ventajas del mercado a todo el planeta, ni los antiglobalizadores que predican acciones locales para resolver cuestiones mundiales. La socialdemocracia, que ya demostró en Europa su capacidad para reducir la injusticia y la pobreza, es la única receta contra los desequilibrios del nuevo orden global”
David Held parte de la base que la globalización está dejando de lado el modelo de Estado nacional hacia una política más compleja, un cambio en la orientación política global que está siendo afrontada, en parte por la crisis de las izquierdas, desde dos perspectivas: El neoliberalismo y el movimiento antiglobalización. El primero perpetuando los sistemas existentes e impidiendo hacer frente al fracaso de los mercados y el segundo que ingenuamente busca cambiar el sistema desde acciones locales. Y finalmente un tercer actor, aunque no por ello menos importante, el unilateralismo de los EEUU, que pretende hacer frente a problemas globales – como el terrorismo- de un modo unilateral, que difícilmente logrará de esta forma.
De ahí la argumentación de David Held en pro de la socialdemocracia global como herramienta para el cambio. Adoptando los valores de la socialdemocracia y aplicándolos a una nueva situación económica y política mundial, desde las bases de esta y no desde las bases nacionales.
Como el mismo autor argumenta: “El proyecto de la socialdemocracia global responde a ese reto. Es una base para fomentar el imperio de la ley internacional, mayor transparencia, responsabilidad y democracia en el gobierno del mundo, un compromiso más profundo con la justicia social, la protección y reinvención de la comunidad a distintos niveles, y la transformación de la economía global en un orden económico libre y justo, basado en unas normas. La política de la socialdemocracia global contiene claras posibilidades de diálogo entre distintos segmentos del espectro político pro y antiglobalización, aunque, por supuesto, será blanco de las críticas por parte de los extremos.”
Sin embargo, para que este objetivo sea posible, David Held apunta a una serie de cambios necesarios en el orden mundial:
-Un orden multilateral y no unipolar de las grandes potencias europeas.
-La UE ha de abordar cuestiones geopolíticas y de defensa común.
-Aumentar el institucionalismo multilateral de los EEUU mediante colaboración.
-Gobiernos transparentes y positivos para los países en vías de desarrollo.
-Las ONG adaptadas a contextos más generales de responsabilidad y justicia.
-Las OIG enfocadas en hacia un movimiento global y no de un estado-nación.
-Los gobiernos regionales deben fomentar formas abiertas de regionalismo.
-Los gobiernos mundiales han de actuar en pro de los órganos supranacionales.
Para hacer de esto una realidad, los cambios han de realizarse en todos los campos, desde el ético hasta el legal, pasando evidentemente por el ámbito económico, con aspectos como: la regulación de los mercados mundiales, la promoción del desarrollo, la promoción y el control de los mercados mundiales en vías de desarrollo, una autoridad financiera mundial…
Pero para lograr estos cambios necesitamos que la implicación de los actores del orden mundial se haga desde una visión socialdemócrata o volveremos a la idiosincrasia liberal guiada por los mercados.